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Acuerdo para un Desarrollo Democrático

28 de Octubre de 2013

El Club Político Argentino dió a conocer públicamente el Acuerdo para un Desarrollo Democrático, un compromiso político y ciudadano para elevar el nivel de convivencia de la democracia.


Buenos Aires, 28 de Octubre de 2013

CLUB POLÍTICO ARGENTINO
ACUERDO PARA UN DESARROLLO DEMOCRÁTICO

El CPA propone, a los ciudadanos y a los actores políticos, la adhesión a un Acuerdo para un Desarrollo Democrático, para acordar objetivos de convivencia en la transición hacia un nuevo período presidencial.

A. Valores democráticos

La estabilidad democrática es una exigencia y un valor compartidos por los argentinos. Pero hay desesperanza. Muchos piensan que sus hijos tendrán un futuro más difícil. No basta recuperar el respeto de las instituciones, la división de poderes, el Estado de Derecho y los mecanismos de control, queremos alcanzar un piso de convivencia que respete cada vida y permita su desarrollo.

Libertad, crecimiento y equidad se necesitan mutuamente, son objetivos complementarios e integrados de toda política pública. La libertad, sin crecimiento es estancamiento, sin equidad exacerba el individualismo. El crecimiento, sin equidad corroe la cohesión social, sin libertad hace de los ciudadanos meros consumidores. La equidad, sin crecimiento socializa la pobreza y sin libertad impide la innovación social.

Hacer realidad estos principios requiere un compromiso ante la sociedad de políticos, gobiernos y dirigentes sociales que acuerde prioridades, defina recursos presupuestarios y comprometa resultados más allá de las fechas electorales.

B. Un piso mínimo de Dignidad

En la sociedad se consolida un grupo cada vez mayor de excluidos, con carencias de educación, trabajo o salud. Los más favorecidos se recluyen, aíslan y encierran. Crecen los distanciamientos, sin un proyecto común. Aumentan el temor y la violencia.

Será difícil desarrollarnos si la política no refleja el respeto por la vida de cada persona, atender las urgencias sociales más graves. Hacer realidad un piso mínimo de bienestar vital requiere un diagnóstico, una asignación presupuestaria coherente y una estrategia de largo plazo que haga públicos los objetivos y su cumplimiento.

El Acuerdo para un Desarrollo Democrático convoca a debatir la solución de las situaciones de exclusión y de los problemas más apremiantes. Sugerimos cinco programas iniciales:

1. Nutrición básica: erradicar las carencias alimentarias, de irreversibles secuelas.
2. Salud universal: integrar las políticas de salud nacional, provinciales y municipales, públicas y privadas, para universalizar la prevención, el tratamiento médico y la obtención de medicamentos para la población desprotegida.
3. Integración de los «ni-ni»: inserción escolar plena para los jóvenes sin educación, capacitación laboral y formación profesional permanente para los desempleados.
4. Calidad y equidad educativas, que garantice a cada alumno la mejora continua de la calidad de la educación recibida y la profesionalización de sus docentes.
5. Política integral de seguridad y de lucha contra el narcotráfico.

Estos cinco objetivos iniciales comprometen los esfuerzos compartidos de los políticos, las organizaciones sociales y los actores económicos. Mientras haya hambre, inseguridad, baja calidad educativa y exclusión social, será difícil que el Estado pueda consolidar su autoridad para encarar asuntos más sofisticados. 

Recuperar una ciudadanía digna demanda universalizar, por ley, las políticas asistenciales (asignación universal por hijo, nutrición básica, salud universal, seguro de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez y vejez) y mejorar la capacitación permanente de la población activa para su reinserción y mejora laboral. La ciudadanía debe quedar libre de tutelas estatales, ni condiciones para la prestación de ningún servicio o auxilio estatal.

C. Fortalecimiento de la democracia republicana

Es necesario fortalecer la democracia republicana, asegurar la división de poderes y limitar los procedimientos de excepción. Se propone, por tanto:

1. controlar la aplicación del presupuesto nacional con rendición periódica de cuentas y con el seguimiento activo del Congreso, a través de una Oficina de Presupuesto del Congreso;
2. el uso excepcional y limitado de los DNU, sujetos a control del Congreso;
3. la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción pública y reapertura de los casos en que se verifique falsedad ideológica;
4. asegurar la independencia, modernización y profesionalización de la Justicia;
5. la elaboración participativa de las normas de alcance general, abiertas a la opinión ciudadana, a los expertos y a los sectores sociales involucrados;
6. la reforma electoral, sin listas sábanas, con voto electrónico y mayor transparencia del financiamiento político;
7. el funcionamiento independiente y profesionalización del INDEC, con reporte directo al Congreso;
8. establecer objetivos estrictos de la publicidad oficial del gobierno nacional y subnacionales, con control independiente de su distribución.
9. que los responsables políticos ofrezcan conferencias de prensa periódicas, con temáticas abiertas, sin discriminar medios o periodistas.

D. Un Estado eficaz e inteligente

El Estado perdió operatividad y capacidad al vaivén de manejos políticos clientelares. Pero sigue siendo la herramienta esencial para administrar los bienes y servicios comunes, asegurar la prestación de los servicios públicos y garantizar el desarrollo de cada persona y de la sociedad.

Los cuadros de la administración pública sufren hoy graves carencias: faltan formación, admisión y ascensos por concurso, estabilidad laboral y autonomía de la gestión técnica. Hay apropiaciones corporativas y hechos de corrupción.

Vivimos la era del conocimiento. La eficiencia de las organizaciones se mide por la incorporación del conocimiento, la adaptación al cambio, la innovación y el uso inteligente de la información y de las comunicaciones. El Estado se modernizó esporádicamente. El acceso a la información pública y el gobierno electrónico fueron avances formales, sin impacto profundo sobre las estructuras politizadas del Estado.

El Estado debe enfrentar nuevos desafíos, para lo cual que proponemos normas más exigentes y mejorar su operatividad.

1. Normas más exigentes:

a) transparencia de los actos de gobierno, de las contrataciones y de las agencias públicas, con mecanismos de control periódicos, públicos;
b) rendición de cuentas de los funcionarios públicos, con sanciones en caso de incumplimiento, para imponer de arriba hacia abajo la ejemplaridad en la conducta.
c) gestión de las áreas de gobierno sujeta a evaluación periódica de tiempos, resultados e impactos;
d) fortalecimiento de los órganos de control previstos en la Constitución, con énfasis en la solvencia técnica e independencia partidaria de sus cuadros jerárquicos;
e) carrera administrativa basada en concursos, formación permanente, mejora del capital intelectual de la Administración y evaluación sistemática, independiente de los cambios políticos;
f) datos abiertos, acceso en línea de la información de gestión, de manera individual y agregada.

2. Mayor operatividad del Estado:

a) reconfigurar las competencias estatales, para abordar políticas complejas que requieran la interacción permanente de diferentes áreas de gobierno (caso Riachuelo, integración «ni-ni»);
b) establecer una planificación económica y social, la revisión periódica de cada política, su integración con las demás y la inserción responsable en el mundo;
c) revitalizar las funciones de regulación y control para actuar en casos de comportamientos distorsivos en los mercados;
d) coordinación entre las políticas nacionales, provinciales y municipales, asegurando la distribución equitativa de recursos y obras públicas;
e) asegurar la estabilidad monetaria y el equilibrio presupuestario.

E. Diseño estructural de país

Los gobiernos no han resuelto cuestiones pendientes desde la Constitución de 1994. Tres temas requieren de un compromiso político para abrir su tratamiento y resolverlo en tiempo razonable: la coparticipación federal, la reforma tributaria y la inversión pública en infraestructura, de acuerdo a un plan con claras prioridades.

La discrecionalidad del Ejecutivo en el reparto de recursos públicos (como las provincias respecto de los municipios), condiciona las políticas, distorsiona la representación y discrimina ciudadanos. Se provocan distorsiones e inequidades, grandes diferencias per cápita entre provincias. La reforma de la coparticipación federal hace a la transparencia y previsibilidad de los recursos fiscales.

Deben asimismo fomentarse las inversiones en una planificación a largo plazo, integrada por los diferentes actores involucrados, sin importar sus jurisdicciones. Las inversiones en energía, minería y transporte requieren analizar el impacto sobre el conjunto de la economía, la calidad de vida de la población y el cuidado medioambiental.

La política energética debe recuperar el autoabastecimiento energético, diversificar la matriz energética, desarrollar las energías renovables y aprovechar responsablemente las reservas en shale oil y shale gas, en acuerdo con las comunidades involucradas. La política de transporte debe saldar su trágica deuda, asegurar la calidad y disponibilidad de los servicios públicos, revitalizar las zonas incomunicadas por el cierre de ramales, racionalizar el sistema de transporte y disminuir los costos logísticos.

El sistema tributario, que alcanza elevados niveles de recaudación sobre el producto bruto, produce efectos distorsivos y genera inequidades. Es preciso simplificar y racionalizar los impuestos, reducir su peso sobre el sistema productivo, incentivar el desarrollo de la economía, la innovación, el trabajo formal y la competitividad externa del país.

Conclusión

El Acuerdo para un Desarrollo Democrático propone un compromiso de los ciudadanos y responsables políticos para resolver los problemas que degradan nuestra convivencia, ponen en peligro la paz social y el crecimiento por venir.

Planteamos una renovada relación entre gobierno, política y sociedad, al servicio del desarrollo de toda persona, asegurando la satisfacción de sus necesidades esenciales y el respeto de su dignidad. Propiciamos una cultura política de debate plural entre gobierno, oposición y sociedad, en la búsqueda de acuerdos duraderos. Las enemistades del pasado no deben afectar a las generaciones futuras.

El Acuerdo propone elevar la base de derechos y obligaciones de los argentinos y el compromiso explícito de quienes tendrán la responsabilidad de la conducción futura del país.

 

Adhesiones de dirigentes políticos:

Oscar Aguad, Lucía Alberti, Laura Alonso, Eduardo Amadeo, Juan Amondarain, Ricardo Alfonsín, Julio Bárbaro, Patricia Bullrich, Esteban Bullrich, Elisa Carrió, Julio Cobos, Ricardo  Cuccovillo, Juan Manuel De la Sota, Joaquín de la Torre, Pedro Del Piero, Eduardo Duhalde, José Eseverri, María Eugenia Estenssoro, Rogelio Frigerio, Ricardo Gil Lavedra, Leandro Illia, Gabriel Katopodis, Juan Carlos Kozow, Roberto Lavagna, Alfredo Lazzeretti, Hernán Lombardi, Martín Lousteau, Mauricio Macri, Sergio Massa, Gabriela Michetti, Gerardo Milman, Norma Morandini, Graciela Ocaña, Marcos Peña, Adrián Pérez, Iván Petrella, Federico Pinedo, Gustavo Posse, Lilia Puig de  Stubrin, Jesús Rodríguez, Ernesto Sanz, Margarita Stolbizer, Federico  Sturzenegger, Ricardo Vago.

Adhesiones de Socios y Amigos del Club Político Argentino:

Carlos Abeledo, Henoch Aguiar, Sabrina Ajmechet, Rogelio Alaniz, Hugo Oscar Ambrosi, Ruth Andrada, Omar Arguello, Guillermo Ariza, Pablo Avelluto, Pedro Bearzi, Víctor Beker, Susana Belmartino, Lilia Ana Bertoni, Susana Biasi, Horacio Boneo, María Braun, Mario Brodershon, Nidia Burstein, Antonio Camou, Segundo Campos, Carlos Canievsky, Marcelo Cavarozzi, Ema Cibotti, Silvia Cornejo, Agustín Colonna, Celia Corti, Piroska Csuri, Mario Damill, Bibiana del Brutto, María de Vedia, Julio Dreizzen, Graciela Ducatenzeiler, Graciela Fernández Meijide, Roberto Frenkel, Adela Fryd, Lidia Garfunkel, Guillermo Genta, Carlos Gervasoni, María Victoria Grillo, Mario Gruskoin, Osvaldo Guariglia, Claudia Guebel, Alexander Martín Guvenel, Ricardo Hirsch, Gustavo Jungblut, Victoria Itzcovitz, Alejandro Katz, Luis Katz, Teodoro Katz, Nestor Kerner, Elsa Kraisman, Carlos Kreimer, Hernán Lacunza, Aleardo Laría, Marco Lavagna, Héctor Leis, Rodolfo Lira, José Luis Machinea, Paula Mahler, Rodolfo Mantiñán, Carlos Malamud, Raúl Mariscotti, Roberto Martínez Nogueira, Ricardo Mazzorín, Jorge Mera, Manuel Mora y Araujo, Daniel Muchnik, Oscar Muiño, Eduardo Newark, Jorge Luis Ossona, Vicente Palermo, Jorge Pazzi, Miguel Pellerano, Susana Piazzesi, Mariano Plotkin, José María Poirier, Alejandro Poli Gonzalvo, Carlos Porroni, Fabio Quetglas, Augusta Rabinovich, Luis Rappoport, Alejandro Razé, Carlos Reboratti, Rodolfo Rodil, Luis Alberto Romero, Margarita Roulet, Guillermo Rozenwurcel, Beatriz Ruibal, Florencia Saborido, Álvaro Sánchez, María Isabel Santa Cruz, Gabriel Salvia, Enrique Schnack, Vicente Scordamaglia, Jorge Sigal, Marcela Ternavasio, Gullermina Tiramonti, Rubén Tizziani, Damián Toschi, Marcelo Ugo, Daniela Varela, Guillermo Yanco.


 

Columna de Andrés Malamud sobre el Acuerdo para el Desarrollo Democrático y Respuesta de Vicente Palermo  

Los partidos políticos van al club

Andrés Malamud

En el mundo hay think tanks y fundaciones que proveen ideas a la política. En la Argentina, en cambio, hay Cartas y Clubes.

Había una vez partidos con programas y equipos de gobierno. Querían ganar las elecciones para beneficiarse del poder y, a veces, usarlo para algo. Establecían fundaciones, formaban especialistas y financiaban publicaciones. Tiempos idos: el 19 de noviembre, los partidos de oposición firmaron un Acuerdo para el Desarrollo Democrático que fue redactado por una asociación de intelectuales independientes.

Dos aclaraciones se imponen. Primero, no fueron todos los partidos de oposición sino sólo los burgueses. Según la información periodística, la izquierda dura y sus legisladores electos no participaron del evento. Segundo, la asociación de marras, el Club Político Argentino, no está integrada de manera ecuménica sino por pensadores críticos del Gobierno.

En su honor debe decirse que, pese a ser la versión especular de Carta Abierta, son mucho más inteligibles. Un contraste más relevante es que Carta Abierta busca legitimar ex post a un Gobierno en ejercicio, mientras el Club Político pretende inspirar ex ante a un gobierno futuro. Que estos intelectuales hayan tenido que tomar la iniciativa habla bien de su abnegación y mal de sus posibilidades de éxito. Es sintomático que organizaciones centenarias como el radicalismo, los miembros del FAP, el PRO y el Frente Renovador hayan ido al pie de una iniciativa externa a los partidos.

¿Pero sintomático de qué? Primero, de que los partidos no tienen usinas propias de pensamiento. Segundo, de que el culto al protocolo sigue reinando: ¿qué necesidad hay de comprometerse por escrito a tratar temas obvios? Tercero, de que la falta de pensamiento estratégico tan criticada por Lula no amaina: por eso, los cinco temas acordados (nutrición infantil, salud, educación, juventud e inseguridad) son comunes a cualquier plataforma desde que existe la imprenta. Cuarto, de que la incapacidad para comprender al otro arrecia: la ausencia de representantes oficialistas no simboliza sólo el carácter opositor del encuentro sino la distancia entre los defensores del conflicto y los devotos de la cooperación. La buena política requiere combinar ambos elementos, pero los relatos argentinos se construyen sobre su divergencia.

El Gobierno, Carta Abierta y Ernesto Laclau defienden el conflicto como recurso indispensable para quebrar empates hegemónicos y realizar la justicia social. Según ellos, el statu quo es perverso y todo compromiso implica retroceso. Como el pueblo fue históricamente explotado, la historia debe ser rescrita para atrás y revolucionada para adelante. La política es lucha, vitalidad. El objetivo es el poder y su ejercicio. Al que está enfrente hay que arrollarlo porque es perverso.

La oposición, el Club Político y sus expositores más lúcidos, como Luis Alberto Romero, conciben a la cooperación como el mecanismo civilizado de la convivencia política. Rupturas históricas como el surgimiento del peronismo resquebrajaron el orden moderno y cosmopolita. La Argentina era casi un paraíso al que hay que regresar, superando el obstáculo transitorio de los irruptores. La política es racionalidad, equilibrio. El objetivo es limitar al poder y su capacidad de daño. Al que está enfrente hay que despreciarlo porque no entiende.

Los políticos que respondieron a la iniciativa del Club se veían contentos. Se reunieron con colegas presentables y que comparten los mismos códigos, conversaron con intelectuales que respetan, firmaron una declaración con la que nadie podía discordar, se sacaron una foto y salieron en los diarios: todo positivo. Nada de lo narrado es reprensible. Con el menor esfuerzo posible, cada participante sacó el mayor rédito disponible. El problema es que la construcción política y el ejercicio del poder requieren esfuerzo. La simpática firma del Acuerdo Democrático no es una promesa de civilización política sino una manifestación de impotencia. Los partidos no están en condiciones de preparar una oferta electoral y entonces van al pie de iniciativas loables pero ajenas. La falta de liderazgo, programas y equipos es un pasivo para la democracia.

Porque cuando el Gobierno, sincera o ladinamente, se abra al diálogo, los partidos opositores tendrán mucho para hablar y nada qué decir. La crítica sacrificó a la alternativa. Enfrente del oficialismo hay un montón de gente inteligente y un desierto de política.

publicado en El Estadista, 02/12/2013

 


De clubes políticos y partidos

Vicente Palermo

Respuesta a la columna de Andrés Malamud

Es lamentable que Andrés Malamud haya elegido el tono del pesimismo sobrador para plantear un debate interesante y pertinente. Trato de mantener la cabeza fría para rescatar lo jugoso del mismo, no sin antes formular algunas aclaraciones. El Club Político Argentino no es una asociación de intelectuales (muchos de sus socios no lo son) y no es una versión especular de Carta Abierta (nació antes que CA, es políticamente plural y no existe para oponerse al Gobierno, entre muchos etcéteras).

Tampoco se ha concebido como un think tank de la oposición. Al grano. Para Andrés lo que hemos hecho hoy (y esperamos poder seguir haciendo mañana) tiene un defecto de origen. ¿Por qué? Porque es diferente a lo que se hacía ayer (o aún hoy, en muchas partes del mundo), cuando los partidos eran fuertes, tenían usinas propias de pensamiento y no precisaban recurrir a iniciativas externas. Pero, ¿se puede fundamentar así una crítica? ¿Acaso dio resultado aquello por lo que Andrés siente nostalgia? La respuesta es no (tampoco en muchas partes del mundo). La realidad es que los partidos y sus think tanks no fueron capaces en el pasado de sustentar ni acuerdos duraderos ni políticas públicas comunes de largo plazo.

Con esta experiencia, descalificar la innovación y el ensayo, dado que se aparta de la ortodoxia, parece poco atinado. Pero se puede decir algo más de nuestra experimentación, aunque sepamos que ella ha sido un resultado contingente –¡como tantas otras veces!– de un proceso histórico y no un producto premeditado. Lo que se puede decir es, precisamente, que no debe descartarse que la articulación por parte de una instancia exterior –como el Club Político Argentino– arroje un resultado mejor en aquello que se propone, la formulación de políticas de largo plazo sustentadas por acuerdos políticos sólidos.

Es por esto que tampoco tiene sentido (a propósito, queda la impresión de que Andrés se limitó a leer las pocas palabras que publicaron los diarios, omitiendo un examen del documento) banalizar el Acuerdo afirmando que se trata de “temas obvios, comunes a cualquier plataforma desde que existe la imprenta” (sic). El documento no es un pedazo de papel, es una promesa política, y tiene la densidad de tal. No importa cuán obvios sean los temas, sino cuán pertinentes son, y cuánta capacidad (que, por supuesto, está por verse) tienen los firmantes, de traducir lo que ya es un hecho político relevante, la promesa, en cursos de acción compartidos. Es notable que esta dimensión de lo que se realizó hace pocos días al firmarse el Acuerdo Democrático, se le haya pasado a Andrés completamente desapercibida.

Tampoco existe el menor motivo para calificarnos de “devotos de la cooperación”; los miembros del CPA sabemos muy bien que cualquiera de las políticas en danza supone afectar intereses y procesar conflictos, de allí que la respuesta a la pregunta retórica de Andrés –¿qué necesidad hay de comprometerse por escrito a tratar temas obvios?– cae de su peso: la promesa le da una fuerza a la política que esta, sin ella, no tiene. Sin la promesa no hay política, y esta última queda limitada a lo que cada partido quiera y pueda hacer por su cuenta. La obviedad no es tal sino la búsqueda de un mayor denominador común posible que pudiera convocar a los dirigentes y a los partidos. Avanzando en definir propuestas concretas a nivel político-técnico, acerca de cómo llegar a lograr cada punto del acuerdo, en qué plazos, enfrentando qué dilemas y resignando qué otros objetivos. La acción podrá ir más allá de la propuesta, pero su comienzo tuvo que ser, necesariamente, una promesa compartida.

Cuando Andrés decide que el mundo se divide entre defensores del conflicto y devotos de la cooperación, más arbitrariamente, nos coloca entre estos últimos. Pero contribuir a instalar una cultura del diálogo y a promover la búsqueda de los caminos más adecuados para evitar que los conflictos de interés se transformen en agrias confrotaciones, y que las confrontaciones se radicalicen en antagonismos, no es de ningún modo oponerse devotamente al conflicto (algo que, dígase de paso, carece de sentido).

Condescendiente, displicente, Andrés Malamud saluda “la simpática firma del acuerdo”, seguro de haberle asestado todos los golpes necesarios. El acuerdo, y el club que le dio origen, seríamos una experiencia vernácula –en el mundo existen think tanks y fundaciones, en la Argentina cartas y clubes, nos dice– que se puede mirar por encima del hombro. No pretendemos enseñarle al mundo, más modestamente aspiramos a contribuir a hacer un país más próspero, más libre y más justo; los argentinos tenemos mucho que aprender del mundo, pero sabemos que no se puede vivir a partir de una receta, sea nacional o extranjera.

publicado en El Estadista, 03/12/2013


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