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Elecciones 2017: tenemos que cambiar los anteojos

Nicolás José Isola

PARIS. Somos testigos de algo novedoso. Luego de muchas décadas, el peronismo puede haber dejado de ser el punto cardinal que explica y ordena, sin más, la política argentina, ese Kilómetro 0 (cero), el nodo principal desde cual se consideran, según su cercanía o lejanía, los rayos de la rueda de pertenencias políticas.

Hoy, el peronismo parece no estar siendo el principal intérprete de la sociedad: el que la lee y sabe mover sus fichas para adecuar la siguiente jugada y ganar la partida. Algo se ha gestado.

Claro que este Aquiles es fuerte y tiene votos. Claro que sabe reinventarse como el Ave Fénix. Pero está herido en su talón como pocas veces lo hemos visto.

Se podrá decir contrafácticamente que si se suman los votos de los peronismos, los de la ex presidenta, los de Randazzo y los de Massa entonces son más que los de Cambiemos. Ciertamente. ¿Y entonces por qué no se juntaron para ganar ayer? ¿Acaso querían perder? Quizás no se puedan agrupar esos votos.

Desde la década de 1950, el peronismo, esa fuerza política difícilmente definible por su diversidad interna, fue el hilo primordial que, por su potencia social e incluso por sus acérrimos opositores, enhebró argumentativamente el hilo de la política argentina. Esa potencia ha sido exitosísima haciendo eso y quizás sólo en 1985 su poder haya sido puesto en duda.

Recientemente, fue bastardeado por Cristina Kirchner, quien creó un Frente que lo fracturó aún más. Atenta a eso, ayer en su pronunciamiento público, luego de no votar, soslayó: «Hoy aquí empieza todo». Extraño balance.

Una porción de la población, agotada por la horadación de la palabra, la corrupción y la promesa incumplida parece haberse cansado de ciertas variables simbólicas usadas hasta el hartazgo por el peronismo. El aumento de esta desconexión con su electorado ha sido la condición de posibilidad para que Cambiemos ocupara espacios.

El Peronismo estuvo lento de reflejos en lo que era su mejor característica: hacer alianzas y política dura. Los globos amarillos le comieron la cancha.

En ese escenario, el actual gobierno de Cambiemos parece estar comprendiendo más claramente el pulso social, por lo menos en términos electorales (lo cual no es poco). Ese pulso discursivo le habla a un electorado digital que vive con el celular en la mano y ya no cuelga el cuadro de Evita y Perón en el comedor. A esos ciudadanos el Perón de 1945 les queda lejísimo. El peso del pasado parece ser mucho menos crucial para ellos que el del futuro cada vez más veloz.

Este electorado digitalizado e inmediatista no sabe esperar y quiere resultados. Le gusta expresar su nacionalismo en rutas y cloacas concretas más que en la narración nacionalista antagonista. Son gustos.

Ese inmediatismo se juntó con el acceso de una capa profesionalizada e internacionalizada a las primeras, segundas y terceras líneas del poder, una cuestión apreciable para una buena porción de la población. Ese fue un rasgo abiertamente bastardeado durante el ciclo político anterior en donde la principal credencial de acceso a las carteras era la militancia fiel.

La transparencia de datos públicos sobre pobreza e inflación permitió al votante empatizar un poco con el Gobierno. El kirchnerismo pronunciaba un mundo que no existía en la realidad de la cuadra y el barrio de las personas. Alemania. Esa escisión entre realidad e idealización terminó agotando.

El peronismo se distrajo y, ya con dos elecciones a cuestas, Cambiemos parece estar en condiciones de robarle la pluma para continuar escribiendo parte de la historia política argentina.

Entretanto, muchos periodistas, analistas y académicos argentinos le continúan bajando el precio a este proceso social, encasillándolo, sin más, como un experimento de derecha neoliberal del establishment basado en globos amarillos, facebook y marketing que viene a quitarle el trabajo a la gente. En esa línea conceptual, hoy Página 12 tituló en tapa: «El peligro amarillo«, porque el peligro es el otro (Milani dixit).

Cambiemos, con sus numerosos y estruendosos errores a cuestas, descalabró con votos ciertas conceptualizaciones facilistas. Quizás sea necesario aguzar la mirada y frenar del helicóptero.

Simplificar demasiado estos hechos puede ser un modo sutil de no querer entenderlos (lo cual es riesgoso si se le quiere ganar al adversario en las urnas).

Tal vez los votantes estén expresando que hay marcos teóricos un tanto vetustos que ya no ayudan a dar pistas para comprender esta extraña realidad del presente. Ya lo presagiaba Fito Páez: times are changing.

Quizás, la costumbre de focalizar en el peronismo y sus satélites como los ejes explicativos centrales empobrezca la descripción de la Argentina de hoy.

Qué se le va a hacer, el rival también juega.

publicado en La Nación, 23/10/2017

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