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Santiago Luis Copello: el Primer Cardenal Hispanoamericano

Eduardo Lazzari

La historia de la Iglesia Católica en la Argentina es estudiada generalmente como un objeto particular, ensimismado, y sobre todo sólo se lo vincula a la historia general de los argentinos en su faz de influyente institución en la política nacional. De hecho, en estos tiempos en los que gobierna la Iglesia desde Roma el papa Francisco, un argentino, pareciera ser posible sólo analizar sus acciones desde su rol de actor político, desprendiendo del análisis de las acciones y los dichos papales toda otra connotación vinculada a lo estrictamente religioso o a la repercusión mundial que la figura del antiguo padre Jorge Bergoglio ha alcanzado a lo largo y a lo ancho del orbe.

Por eso iniciaremos una serie de artículos biográficos vinculados con los religiosos más significativos de la historia argentina, tratando de abarcar todos los aspectos de sus vidas, y sobre todo su trascendencia como hombres implicados en los hechos de los que fueron testigos y en muchos casos protagonistas.

Nacimiento, infancia y formación

Santiago Luis nace en el hogar formado por Juan Copello y María Bianchi, ubicado en la esquina de 25 de mayo y Belgrano, en el centro del pueblo de San Isidro, al norte de Buenos Aires, el 7 de enero de 1880. Fue bautizado en la entonces iglesia matriz por el padre Diego Palma, en esos tiempos de inmigración y gran laicismo social. Estudia sus primeras letras con la maestra Manuela García, completando su escuela primaria en la escuela estatal. Para cursar el bachillerato se traslada al barrio porteño de Balvanera, donde ingresa al colegio San José, a cargo de los Padres Bayonenses.

Sin embargo, la inclinación del adolescente por las cuestiones religiosas lo lleva a ingresar al Seminario Conciliar contando con sólo 14 años. La dispensa del arzobispo Federico Aneiros se verá premiada por su sucesor Monseñor Uladislao Castellano, quien envía al joven Santiago a estudiar a Roma en el Colegio Pío Latino Americano, una universidad de inspiración jesuítica creada para formar un clero dispuesto a predicar el Evangelio en los difíciles tiempos del anticlericalismo que reinó en la antigua América española luego de los tiempos de la independencia.

En 1899 recibió el doctorado en filosofía, y en 1903 fue nombrado maestro y doctor en teología, títulos que logró el joven Copello en la Universidad Gregoriana de Roma, demostrando una natural inteligencia y una inquebrantable voluntad de trabajo y contracción al estudio.

Copello presbítero

Poco tiempo antes de ser teólogo fue ordenado presbítero en Roma el 28 de octubre de 1902, celebrando su primera misa al día siguiente en la basílica Santa María La Mayor, ubicada frente al palacio ocupado por la embajada argentina ante el gobierno italiano. De regreso a la Argentina, fue incardinado a la recientemente creada diócesis de La Plata, donde el obispo Juan Terrero lo destinó al templo de San Ponciano como cura teniente. Al poco tiempo, en 1904, fue encargado de la notaría eclesiástica (una suerte de escribanía de los actos administrativos de la iglesia local) y al año siguiente fue nombrado titular de la secretaría general del Obispado.

Allí pudo mostrar su capacidad para el uso de los medios modernos de comunicación, teniendo a su cargo el Boletín Eclesiástico y la revista “La lectura del Domingo”, que contenía reflexiones sobre las lecturas de la Biblia, que se entregaba en todos los templos de la diócesis, que por entonces abarcaba toda la provincia de Buenos Aires. Fue también capellán del hospital San Juan de Dios y de la cárcel del Buen Pastor.

Copello obispo

El 8 de noviembre de 1918 fue nombrado obispo titular de Aulón, y auxiliar de La Plata, siendo ordenado en la parroquia de San Isidro, donde había sido bautizado, el 30 de enero de 1919. Fueron sus consagrantes los obispos Juan Terrero, José Orzali y Francisco Alberti. Tuvo la costumbre de visitar los pequeños pueblos bonaerenses, a los que solía llegar en sulky y predicaba con gran sencillez. En La Plata fundó los colegios San Vicente de Paul, la Sagrada Familia y fomentó los Círculos Católicos de Obreros, aunque su obra religiosa más notable fue el Seminario “Nuestra Señora de la Piedad”.

El 15 de mayo de 1928 fue trasladado como obispo auxiliar de Buenos Aires y al mes siguiente nombrado vicario general del Ejército. Ya instalado en la capital argentina, comenzó la construcción de la primera iglesia castrense, Nuestra Señora de Luján, en la avenida Cabildo. La enfermedad progresiva del arzobispo José María Bottaro lo puso a cargo del arzobispado, al que fue promovido el 20 de octubre de 1932, tomando posesión el 18 de diciembre.

Copello arzobispo

Como arzobispo de Buenos Aires fue el que más parroquias fundó en la historia: 71. Construyó decenas de iglesias, muchas diseñadas por el arquitecto Carlos Massa, aunque su logro más significativo fue la organización del Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar en Buenos Aires, por primera vez fuera de Europa y Estados Unidos, en 1934. Para la Iglesia fue el inicio del proceso de reevangelización de la sociedad argentina, no exento de polémicas por la alianza tácita con el Ejército tras ese propósito.

Copello, el primer cardenal de habla hispana de América

El arzobispo Copello fue premiado con su creación como Cardenal Presbítero de San Jerónimo de los Croatas el 16 de diciembre de 1935. Fue el primer cardenal de habla hispana nacido en América. Vale aclarar que el título de cada cardenal se corresponde con el nombre de una iglesia de Roma. Poco tiempo después, el 29 de enero de 1936 la arquidiócesis de Buenos Aires fue declarada Primada de la Argentina, lo que convirtió a Copello en el primer Primado nacional. Con Santiago Luis Copello como jefe, la iglesia argentina duplicó su estructura territorial al crearse 11 diócesis, 10 de ellas el mismo día. Su cardenalato promovió su llegada a la cumbre del episcopado argentino, que mantuvo durante veinte años.

La cercanía de la Iglesia con los gobiernos de Agustín P. Justo y de Juan D. Perón fue motivo de gran polémica interna, tanto en la sociedad como en la iglesia misma. Copello mostró cierta inocencia en su trato con los gobernantes. Se entusiasmó con la educación religiosa obligatoria en las escuelas públicas, con las declaraciones pro-católicas de Perón, pero cuando lo político y lo religioso comenzó a superponerse, la relación se rompió definitivamente al aprobar el gobierno el divorcio vincular y la legalización de la prostitución, a la vez que la prensa favorable al gobierno comenzó a atacar a la Iglesia en sus más notable prelados, sobre todo a Copello, al que acusaron de pederasta y jugador compulsivo.

La nefasta jornada del 16 de junio de 1955 comenzó con el bombardeo a la Casa Rosada y alrededores por obra de la aviación naval, y culminó con el incendio del Palacio Arzobispal y diez iglesias históricas de Buenos Aires por parte de simpatizantes del gobierno de Perón. Esta situación produjo un inédito enfrentamiento entre los dos cardenales argentinos, Copello y Caggiano (obispo de Rosario), que culminó cuando en un viaje a Roma para explicar los eventos en el país, el cardenal Copello esperó en vano entrevistarse con el papa Pío XII. Al regresar en barco desde Italia, fue notificado de su remoción como arzobispo de Buenos Aires y su traslado a la Cancillería Apostólica, un cargo sin relevancia de índole protocolar. Viajó definitivamente a Roma en 1959, y la única delicadeza de la Santa Sede para con él fue su promoción al título de San Lorenzo en Dámaso como cardenal.

El cardenal Santiago L. Copello participó de tres cónclaves, que eligieron como papa a su amigo Pío XII, el cardenal Pacelli en 1939; a Juan XXIII, el cardenal Roncalli en 1958; y a Pablo VI, el cardenal Montini en 1963. Asistió a las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II desde el 11 de octubre de 1962 hasta el 8 de diciembre de 1965. Para entonces su influencia en la iglesia argentina era escasa. Siendo Canciller de la Santa Iglesia Católica, murió en Roma el 9 de febrero de 1967, a los 87 años. Sus restos fueron repatriados y su sepultura se encuentra en la cripta de la basílica del Santísimo Sacramento, ya que en su testamento el cardenal había pedido ser sepultado allí, “hasta tanto Buenos Aires tuviera una catedral como la que merecía”.

Hace poco tiempo, en un arcón de equipaje con una vieja etiqueta que lucía su nombre, se encontraron algunos enseres que le pertenecían y un libro mecanografiado por él al que llamó “Memorias de un viejo cardenal de 80 años”. Se espera con ansias su publicación. Hay homenajes a su memoria en gran cantidad de iglesias argentinas, existen colegios que llevan su nombre, pero las pasiones que despiertan los tiempos convulsos en los que tuvo que participar como jefe de la Iglesia Argentina impiden que la institución eclesiástica recuerde su figura como la más trascendente del siglo XX.

publicado en El Liberal, 3/6/2019

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